La actividad comercial, desarrollada mediante el intercambio generalizado de productos, incluyó tanto formas primarias como una especialización en los artículos que se intercambiaban. Se han reportado productos naturales y artesanales en varios lugares, cuya presencia solo se explicaría por el trueque, viajes, movilizaciones humanas y búsqueda de nuevos parajes, lo que seguramente fue origen de actividades bélicas organizadas.
Existen testimonios también de que los timoto-cuicas (Andes) canjeaban productos agrícolas, sal de urao y tejidos de algodón por el pescado de los grupos caribes del sur del lago de Maracaibo. Desde las costas falconianas, al parecer, hubo un intercambio de sal hacia el interior del territorio.
La arqueología y la etnohistoria han comprobado estrechas e intensas relaciones entre las distintas sociedades de la Venezuela prehispánica y la existencia de una especie de red de comercio en la que los llanos de Barinas, Portuguesa, Cojedes y Apure serían un área significativa de vínculos con la zona andina, la costa caribe y la cuenca del Orinoco.
El trabajo de dar forma a la arcilla hasta secarla y luego someterla al fuego, se conoce como alfarería. La mayoría de los pueblos indígenas que poblaron el territorio han dejado pruebas de haber practicado este arte con maestría y en una gran variedad en todas sus manifestaciones. Las piezas más antiguas que se han encontrado hacen presumir que el oficio se inició hacia 900 a.C. en las zonas aledañas a la desembocadura del río Orinoco. Posteriormente, grandes tradiciones alfareras se asentaron en todo el territorio. Los primeros pobladores del Bajo Orinoco desarrollaron un oficio conocido como la tradición Barrancas, caracterizado por el relieve o “talla” de imágenes y el uso de motivos con formas de animales y bandas decorativas con incisiones geométricas repetidas.
Las sociedades que habitaron la costa central de Venezuela y la cuenca del lago de Valencia entre los años 800 y 600 de nuestra era cultivaron una alfarería de gran calidad estética, en la que predominaron las figuras de animales, principalmente monos y ranas, y las conocidas Venus de Tacarigua, las cuales presentan hipertrofia de la cabeza, abultamiento de la región abdominal y los glúteos, y atrofia de los pies.
Otros grandes centros creadores de alfarería se ubican en la región de Quíbor, donde predominó la producción de boles e incensarios de carácter ceremonial y particular diseño geométrico; en los Andes venezolanos donde sobresalen figuras femeninas con rostros poco expresivos; en la cuenca del lago de Maracaibo, con una alfarería de gran riqueza formal y decorativa, y en los llanos occidentales, territorio de creadores de vasijas de cuerpos biconvexos y platos de base pedestal.
La vida organizada
En el Neoindio, las formas colectivas para la organización del trabajo caracterizan el área del Orinoco, los llanos, la costa centroccidental y parte de la cuenca del lago de Maracaibo, donde la producción de alimentos se basa en un sistema balanceado de horticultura de la yuca, caza terrestre y fluvial, recolección de productos de ríos, lagos y del mar, y depende del cultivo de tala y quema.
En los Andes, y en general en los núcleos del noroeste de Venezuela, la organización social es más compleja y el uso de la tierra más eficiente, pues se cuenta con el manejo de técnicas y recursos hidráulicos y un control político de la población.
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