jueves, 29 de abril de 2021

Falcón y Guzmán Blanco, el ejercicio federal 1870 - 1877



 Entre Falcón y Guzmán Blanco

El gobierno de la Federación crea grandes expectativas, pero pronto desengaña a quienes ven que se resuelve poco mientras el país empeora. La conducción inexperta y desordenada lleva a la bancarrota y a la crisis de deudas y arcas vacías; el desinterés de Falcón por sus funciones, con frecuencia ejercidas por sus designados, y su preferencia por residir en Coro, la capital de su estado natal, aumentan la insatisfacción. Decepcionan también el generalato en aumento, el predominio de los militares en cargos públicos y las pugnas de los caudillos que elevan a cerca de 60 las rebeliones locales.

Antonio Guzmán Blanco –ministro de varias carteras, vicepresidente y presidente encargado– tiene mejores dotes para la política y lejos de ser solo el segundo de a bordo, adquiere cada vez más protagonismo.

Al comienzo Falcón, diez años mayor, lo apoya ante quienes lo ven con hostilidad, pero con el tiempo esta relación se deteriora. Periódicos como El AgricultorEl Amigo del Pueblo y El Orden, publican fuertes críticas contra Guzmán con total libertad. En una serie de artículos difundidos en El Porvenir bajo el seudónimo Alfa, Guzmán polemiza, en defensa del Gobierno, con el colombiano Ricardo Becerra quien escribe en El Federalista.

En Caracas uno de los pocos signos de modernidad es el alumbrado a gas. Las casas en su gran mayoría son de un piso; el Teatro Caracas, Coliseo de Veroes o Teatro de la Ópera, es el único que presenta grandes espectáculos de la cultura europea; los mayores eventos públicos son las procesiones religiosas –sobre todo las de Semana Santa– y los temas de discusión se centran en la política. Proliferan los contratos y concesiones para impulsar las comunicaciones, la inmigración y la colonización, y comienza un ciclo de expansión de la minería del oro en Guayana, donde se dice que el codiciado metal pavimenta las calles de Caratal.


Se forma un gobernante

Por lo que aprende de su padre, Antonio Leocadio Guzmán, y del círculo liberal, Guzmán Blanco conoce muchos detalles del mundo político; a esto se suma su formación intelectual, acreditada con un grado universitario, la experiencia en las lides guerreras y el conocimiento del país y de los conflictos locales. Su primera gestión importante en el gobierno de Falcón es negociar un empréstito externo para remediar la ruina fiscal. Con esa misión, en septiembre de 1863 viaja a Europa como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario. A su regreso obtiene la venia para proseguir las negociaciones, pese a las condiciones onerosas del empréstito. Guzmán ejerce entonces la vicepresidencia y es ministro de Hacienda. De nuevo en Londres y en París, establece relaciones que serán valiosas en el futuro; también encuentra en el segundo imperio francés una interesante experiencia de alianza entre proyectos de gobierno y negocios privados, que considera aplicable en Venezuela.

El empréstito de 1864 es ruinoso para el país pero resulta lucrativo para Guzmán, quien cobra una importante comisión, y a pesar de que las cuentas son aprobadas por el Congreso, es considerado poco pulcro. En 1865 Guzman desempeña varias veces la Presidencia de la República y entre mayo y diciembre de 1866 permanece en Europa, negociando pagos de la deuda y recuperándose del cólera que lo ataca en París. Al año siguiente desposa en Caracas a Ana Teresa Ibarra y enseguida parte en campaña a sofocar la revolución conocida como “La Genuina”. En diciembre viaja otra vez a Europa, donde permanece cuando la Revolución Azul derroca al gobierno. En agosto de 1868 vuelve a Caracas, pero una banda llamada “los lincheros de Santa Rosalía” ataca su casa de Carmelitas cuando ofrece un baile a la sociedad caraqueña, el 14 de agosto de 1869, razón por la cual sale al exilio. Con poder económico y vasta experiencia de la administración pública y de la política, se ha convertido en el dirigente mejor preparado para llevar las riendas del país.


El Septenio: las bases del "progreso"

El general Antonio Guzmán Blanco, exiliado en Curazao, prepara un movimiento contra el gobierno de José Ruperto Monagas, hijo de José Tadeo, ambos encumbrados al poder por la Revolución Azul. El 27 de abril de 1870 sus fuerzas toman Caracas y derrocan al gobierno de los Azules. Es el máximo líder de los liberales. Triunfante la Revolución de Abril, como es conocida, inicia su primer gobierno, el Septenio (1870-1877), con una dirección clara: eliminar lo viejo, inútil y contrario al progreso, y sentar las bases legales y materiales del porvenir. Busca la paz y la modernización del país dentro de un esquema político fundamentado en su liderazgo personalista y en la aplicación de fórmulas centralizadoras sin abandonar el discurso federal.

Mientras domina a los Azules, apoyado por caudillos como Francisco Linares Alcántara, León Colina, Matías Salazar, José Ignacio Pulido y Venancio Pulgar, pone en orden en la administración, reforma la legislación, y le cambia la cara a Caracas. En esto también difiere de los gobiernos anteriores, que cuando hacen la guerra no gobiernan. Guzmán entiende las prioridades de su gestión y les da curso sin dilaciones: educación pública; reorganización de la hacienda pública; obras públicas; estadística; abolición de los peajes, del impuesto a las exportaciones y de los bienes de manos muertas; redención del censo eclesiástico; fomento de la inmigración.

La pacificación del país exige tiempo, recursos y decisiones; vencidos los Azules en 1871, los caudillos liberales, antes sus aliados, insurgen contra Guzmán. A unos los derrota en batalla, a otros los gana con halagos y en un caso, el de Matías Salazar, termina fusilándolo. Su concepción personalista del poder se refuerza en los homenajes que le rinden sus acólitos en conocimiento de su debilidad ante los halagos: el Congreso le confiere el 19 de abril de 1873 el título de “Ilustre Americano Regenerador de Venezuela” y Caracas erige imponentes estatuas en su honor.


La sociedad: leves síntomas de cambio

La sociedad no experimenta grandes transformaciones en el Septenio, pero tampoco permanece al margen de los cambios de la época. El programa de gobierno contempla las clásicas políticas de cambio social del siglo XIX: la inmigración y la educación. Al margen de los resultados, se observa cierta renovación en las costumbres. Los caraqueños tal vez dedican menos tiempo a la Iglesia y más a otras prácticas sociales como las conversaciones en el Café del Ávila, donde se presenta en 1872 la primera exposición de pintura en Caracas, y las retretas de la plaza Bolívar. Pero el patrón social de una mayoría rural de agricultores y peones y grupos urbanos de comerciantes, burócratas, profesionales, dependientes y trabajadores manuales, no cambia demasiado.

La población venezolana crece modestamente: en 1873 la estadística cuenta 1.784.194 habitantes, la mayoría dispersa en las áreas rurales.

El mayor número se concentra en las ciudades y en dos regiones: los estados de la costa norte y los Andes, cuya población crece rápidamente y en esta época es la mayor productora de café, principal producto de exportación. Caracas tiene más de 50.000 habitantes, seguida de Maracaibo, Valencia y Barquisimeto. Las enfermedades contagiosas y epidemias (fiebre amarilla, infecciones intestinales, tuberculosis), la deficiente nutrición y las malas condiciones sanitarias favorecen una alta mortalidad: el promedio de vida no pasa de 40 años. Sin embargo, las obras públicas y las ordenanzas urbanas mejoran en algo las condiciones sanitarias. La dirección de inmigración fomenta el establecimiento de extranjeros en tierras venezolanas, producto de lo cual se establecen dos colonias: Bolívar, en Araira, y Guzmán Blanco, en los valles del Tuy. De 1874 a 1877 entran algo menos de 15.000 inmigrantes, la mayoría canarios; sin embargo, no hay mayores progresos en los años posteriores.


Finanzas y comercio

Para resolver el estado apremiante de las finanzas públicas, Guzmán aplica tres principios: conocer, racionalizar y centralizar. Conocer el monto de las deudas y el estado de los ingresos y egresos, racionalizar los gastos y centralizar los ingresos. En esto, como en otros asuntos, confía en la colaboración de los grandes comerciantes con quienes hace un trato: ellos prestan al Estado sus servicios gerenciales en la percepción y administración de los ingresos de aduana y, a cambio, cobran sus acreencias con el Tesoro nacional, más una comisión; por añadidura, tienen ciertos privilegios como contratos de negocios y acceso a información. Surge así, en diciembre de 1870, la Compañía de Crédito de Caracas, integrada por las siguientes firmas: Eraso Hnos. y Cía, H. L. Boulton y Cía, J. Röhl y Cía, Santana Hnos. y Cía. y Calixto León y Cía. La Compañía de Crédito funciona como una tesorería nacional, y al extinguirse, en 1876, se crea el Banco de Caracas, con las mismas funciones. Este esquema, también aplicado en Puerto Cabello y Maracaibo, permite normalizar el ingreso fiscal, racionalizar el gasto y asignar un porcentaje de este al pago de la deuda. El cumplimiento de los compromisos mejora en pocos años el crédito del país. Guzmán Blanco y algunos miembros de su círculo obtienen grandes ganancias con la compra de bonos de la deuda, cuya cotización sube al reordenar las finanzas.

Durante este período, el volumen de exportaciones de café, cacao, algodón y oro de minas casi duplica el de fines de los años 1860, y el valor del comercio exterior sube más del doble; con excepción del último año del período, la balanza comercial es siempre favorable. También, salvo un año, las cuentas del Gobierno cierran con saldo positivo. A pesar de la reorganización de las finanzas, prevalecen criterios tradicionales y poca seguridad en unas condiciones demasiado sujetas a la presencia de Guzmán Blanco en el poder. Medidas diversas, como el auxilio a la agricultura con bonos de deuda, la reducción de los derechos de importación, la eliminación de los peajes, la libre importación de maquinarias y aparatos para la producción o la información estadística, son insuficientes para cambiar tal situación.

El comercio es la actividad más extendida, las rutas mercantiles alcanzan los caseríos más alejados. Los venezolanos no son frugales cuando tienen con qué comprar, y lo hacen en gran variedad de establecimientos. El llamado alto comercio exportador e importador está en manos de grandes firmas de Caracas y del interior, algunas con filiales o asociadas a empresas más poderosas en el exterior; no faltan firmas venezolanas, unas de origen colonial como la Casa Santana; pero predominan las de origen extranjero, algunas con varias décadas en el país: la casa Boulton cumple 50 años en 1876 y la casa Blohm 40 en 1875.


Consolidación institucional

El sistema político de Guzmán Blanco se basa en las obras públicas, la modernización legal e institucional del Estado, y la articulación entre su proyecto político y los negocios económicos, todo esto sumado a la fuerza de su liderazgo personal. Es un hombre cuidadoso de las formalidades legales; por eso, su primer paso después del 27 abril de 1870 es legitimar su gobierno mediante la convocatoria de un Congreso de Plenipotenciarios en Valencia, que lo nombra presidente del Gobierno provisional con poderes dictatoriales, en vista de que debe pacificar el país. Y aunque la proclama revolucionaria desconoce las decisiones del Gobierno anterior, aclara que los contratos no serán revisados.

La labor legislativa comienza enseguida: los decretos en favor de los agricultores y el de instrucción obligatoria, son decisiones destacadas en 1870. Les siguen otros que también persiguen objetivos programáticos: el registro civil de nacimientos, matrimonios y muertes y la ley del matrimonio civil, aprobada en 1873, que es incorporada junto a otras disposiciones en el Código Civil. En el mismo año se aprueban los códigos de Comercio, Penal, Militar, de Procedimiento Civil y de Hacienda. Se elimina la legislación colonial que obstaculiza las actividades económicas. En 1874, según los deseos de Guzmán, es reformada la Constitución federal: se adopta el sufragio público, escrito y firmado, un paso atrás en la democratización del sistema; se establece la responsabilidad legal de los funcionarios públicos por faltas a la Constitución; se elimina la figura del designado en caso de ausencia del presidente, y se reduce el período presidencial a dos años.

Pese al intento de dar fuerte sustentación legal al sistema de gobierno, la cultura política basada en la personalidad del caudillo o del gobernante sigue siendo un elemento central. El sistema político descansa en gran medida en la autoridad de Guzmán y en su capacidad para manejar a sus acólitos y controlar o derrotar a sus enemigos. En su periplo, ningún otro personaje puede competir con él o poner en peligro su indiscutible liderazgo, aunque varios lo intentan desde la trinchera de la oposición armada o desde los mismos círculos que supuestamente le son afectos.

Educación y espíritu laico

El Decreto de Instrucción Gratuita Obligatoria, del 27 de junio de 1870, hace al Estado responsable de la educación, a través de la Dirección Nacional de Instrucción Primaria del Ministerio de Fomento; los compromisos presupuestarios los atiende la Tesorería General de Escuela que administra el impuesto de estampillas destinado a la instrucción; la burocracia controladora comprende a los fiscales de instrucción primaria que vigilan los expendios de las estampillas, los inspectores de escuelas que vigilan la enseñanza y el oficial de estadística de escuelas. La matrícula escolar se incrementa más de ocho veces y el número de escuelas en más de diez entre 1872 y 1876. La reforma de los estudios universitarios atiende a motivaciones renovadoras y políticas: se establecen los estudios de matemáticas al eliminarse la Academia Militar de Matemáticas; también los estudios clericales y de teología pasan a la Universidad Central al clausurarse el seminario eclesiástico; se incorporan los estudios de historia natural; en 1874 se crea el curso de historia, de cuatro años de duración. Las cátedras con mayor número de estudiantes son las de medicina, historia natural e historia universal y las de idiomas: inglés, francés, alemán, griego y latín.

En 1870 se crea el Conservatorio de Bellas Artes para la enseñanza gratis de la música, dibujo, pintura, grabado, escultura y arquitectura. Conforme con el espíritu laico de la política de Guzmán Blanco, la educación excluye la enseñanza religiosa.


Edificando una nación

Comunicar el territorio nacional, conocer los recursos naturales y su población, y curar las enfermedades endémicas y las epidemias, son las principales metas del programa de modernización de la infraestructura. Las tres corren por cuenta del Ministerio de Fomento hasta que el Ministerio de Obras Públicas, fundado en 1874, se hace cargo de la construcción de facilidades de comunicación y demás obras. El informe de Fomento de ese año detalla los proyectos y trabajos concluidos en las carreteras que comunican a Caracas con localidades cercanas, así como de las vías en Guayana, entre Cumaná y localidades próximas, entre Mérida y puertos del lago de Maracaibo, entre Valencia y Nirgua, y entre Puerto Cabello y San Felipe. La política ferrocarrilera progresa poco en este período: la única línea que avanza es la del ferrocarril Bolívar, entre Tucacas y las minas de cobre de Aroa. La reparación de las líneas telegráficas entre Caracas, La Guaira y Puerto Cabello es prioritaria, así como la contratación de un cable submarino entre La Guaira y una de las islas del Caribe, que asegure la rápida comunicación con el exterior. También se emprenden obras en los puertos marítimos y fluviales: muelles, pontones, faros.

Las juntas de fomento, integradas por comerciantes y notables, supervisan los trabajos y administran los fondos. La Dirección de Estadística (1871) permite crear una base de información sobre el país que facilite decisiones sobre inversiones y otros programas: el censo general de 1873, el Anuario estadístico de 1873, y los anuarios estadísticos de varios estados, son resultados valiosos de esa labor.

La política sanitaria es otro asunto que se atiende para cambiar la imagen del país, sobre todo ante el extranjero; a esto contribuyen obras como los acueductos: el Guzmán Blanco, que sirve a Caracas, y los de Valencia, Guanare y Barquisimeto; la limpieza y canalización de ríos como el Apure, el Manzanares y el Uribante; la construcción de instalaciones para los mercados de Calabozo y Caracas; las ordenanzas de limpieza de áreas públicas; la puesta en servicio del Cementerio General del Sur en Caracas y la construcción de cloacas en Caracas; el control de enfermedades contagiosas y la edificación de lazaretos en Caracas y Cumaná “para evitar el peligro de los hospitales de enfermedades contagiosas”.


Caracas, como en París

La cultura urbana, tal como la conoce Guzmán gracias a las capitales europeas, no se concibe sin monumentos y edificios importantes, sin paseos y sin lugares amables para la burguesía, interesada no solo en el trabajo sino en los placeres de la vida. El fuerte contraste de Caracas –todavía una modesta ciudad colonial– con las grandes ciudades que él ha visitado, lo incita a convertirla en un “pequeño París”, según ironizan sus desafectos. Puertos y ciudades, puertas de entrada, deben proyectar un país moderno, “de ideas liberales y civilizadas”, próspero, agradable y seguro para vivir e invertir. En Caracas se construye por primera vez con cimento romano y el ritmo es tan intenso que faltan materiales de construcción. Cientos de obreros trabajan en varias obras a la vez, con cintas que dicen “Ejército del Progreso”; el Capitolio se levanta en el sitio del convento expropiado a las monjas concepciones, y enfrente, el edificio de la Universidad de Caracas, con su fachada de estilo neogótico, en el solar del demolido Convento de San Francisco; es erigida la estatua ecuestre del Libertador en la plaza Bolívar en 1874; el templo masónico está listo el 27 de abril de 1876. Este mismo año comienza la construcción de la basílica de Santa Ana-Santa Teresa. El Panteón Nacional, en la iglesia de la Santísima Trinidad, recibe en 1875 los restos de Francisco Rodríguez del Toro, Ezequiel Zamora, José Gregorio Monagas, Manuel Ezequiel Bruzual y Juan Crisóstomo Falcón; al año siguiente son trasladados los del Libertador y los de Luisa Cáceres de Arismendi, primera mujer en ocupar un lugar en el panteón de los héroes. 

El Puente Regeneración o Puente Hierro (1875), los baños de Macuto (1877), diversos paseos y plazas y las estatuas del “Ilustre Americano” –no hay plaza sin estatuas–, simbolizan el urbanismo guzmancista, aunque los caraqueños se burlan y les dan nombres jocosos. La ecuestre de la plaza de la Ley, frente al Capitolio, es “El Saludante” y la pedestre del Paseo Guzmán Blanco en El Calvario, por donde pasa el acueducto también llamado Guzmán Blanco, es “El Manganzón”. En el también refaccionado Teatro Caracas, los grupos cultos asisten a la ópera, espectáculo que suele acompañar las celebraciones oficiales, como la del 27 de abril de 1873 cuando la familia presidencial asiste al estreno de la ópera Virginia, con música del venezolano José Ángel Montero.


Nadie como yo

Aunque disfruta mejor la vida en Caracas, tanto las exigencias de la guerra como las de la paz llevan a Antonio Guzmán Blanco por distintas localidades del interior y, como revela su correspondencia personal, está consciente de que el país no solo no termina sino que ni siquiera empieza en Caracas.

Desde Cúa escribe a su esposa en agosto de 1875: “El entusiasmo de estos pueblos crece de día en día en la proporción de los caminos que les hago, del número de escuelas que les disemino y de la seguridad, la libertad y bienestar de que los he rodeado”. En cinco años de gobierno la pacificación y las obras públicas resumen un balance positivo. Pero no lo presenta como la obra de un gobierno, que supone una estructura de poder compartido, sino como la suya personal: “les hago”, “les disemino”, “los he rodeado”. Esa arrogancia, ese método de gobernar ignorando a sus colaboradores, provoca resentimientos que no tardan en aflorar. Cumplido su mandato de dos años, como lo establece la Constitución de 1874, las elecciones dan como ganador a Francisco Linares Alcántara en febrero de 1877, y en el mismo mes Guzmán y su familia se marchan a Europa. Linares es hombre de su confianza pero no lo será por mucho tiempo; tan pronto como Guzmán se aleja, la reacción antiguzmancista se manifiesta en la reversión de gran parte de su actuación, en la suspensión del pago de la deuda y, como símbolo del rechazo, en la demolición de sus estatuas. No tarda el círculo guzmancista en organizar otro movimiento: la “Revolución Reivindicadora”, que estalla en diciembre de 1878. Para entonces la muerte de Linares Alcántara (30-11-1878) ya ha debilitado a los antiguzmancistas.

En febrero de 1879 Guzmán Blanco está de regreso en Caracas y se dispone a organizar el gobierno del Quinquenio.


Una relación contradictoria

El conflicto con la Iglesia se origina en un incidente, tal vez más por una precipitada reacción resultante de antagonismos personales que por un fuerte anticlericalismo doctrinario. No existe conflicto con las autoridades religiosas en septiembre de 1870, cuando el arzobispo de Caracas, Silvestre Guevara y Lira, pide amnistía para los perseguidos políticos ante la solicitud de oficiar un tedeum por una reciente victoria militar del gobierno. El solicitante, Diego Bautista Urbaneja, ministro del Interior, considera ofensiva tal propuesta y ordena su expulsión del país. Guzmán, ausente de Caracas, niega responsabilidad sobre la decisión, pero las relaciones con la Iglesia quedan tensas por el resto del período.

A todo ello se suman resoluciones en perjuicio de los intereses de la Iglesia: la redención de censos eclesiásticos con bonos de deuda pública, la abolición de los diezmos y la prohibición de venta de los bienes de comunidades, la expropiación de propiedades conventuales, la extinción del seminario eclesiástico, la obligatoriedad del registro civil de los nacimientos, matrimonios y defunciones, la secularización de los cementerios, entre otras. Liberal y masón, Guzmán tiene un pensamiento laico que la Iglesia no ve con buenos ojos, pero como prueba de que no oculta un plan contra la Iglesia, se cita la construcción de templos que ocupan lugar destacado en la arquitectura caraqueña: la basílica de Santa Ana-Santa Teresa y la Santa Capilla.


Ramón Bolet, cronista gráfico del siglo XIX

Ramón Bolet (Caracas, 1836-1876) produjo una de las más prolíficas obras que se conozca de autor venezolano alguno del siglo XIX, aunque solo una muy pequeña parte de ella logró salvarse para la posteridad. El excepcional valor documental de su obra nos brinda informaciones visuales de gran riqueza sobre lo que era la Venezuela en la década de 1850 y hasta mediados de los años 1870, especialmente en lo que se refiere al paisaje natural y la arquitectura urbana, los temas que más le cautivaron.

Gracias a su trabajo, hoy podemos saber cómo fueron, a mediados del siglo XIX, esos imponentes monumentos históricos de Caracas, Valencia y otras ciudades venezolanas que el artista dibujó cuidadosamente y con minuciosa exactitud en sus memorables estampas.

Viajero incansable, nos dejó como legado un arte prodigioso en el que predominan las visiones de calles, plazas, marinas, personajes, iglesias, palacios, puentes, de Caracas, Valencia, Puerto Cabello, La Guaira, Cumaná, San Cristóbal o Ciudad Bolívar. Sus dibujos de las cuevas visitadas por él en compañía de James Mudie Spence y publicadas en The Land of Bolivar, revisten enorme interés para los espeleólogos. Son imágenes tan precisas, descriptivas y rigurosas como las que décadas después comenzaron a producirse mecánicamente gracias a la llegada de la fotografía.

Sin lugar a dudas fue el gran cronista gráfico de Venezuela durante la segunda mitad del siglo XIX.

No hay comentarios:

Publicar un comentario